Cuaderno de venta

La dolarización en Argentina, un arma de destrucción masiva contra la inflación

La coalición del emergente y libertario Javier Milei sorprende con recetas radicales que una mayoría de la población argentina está abrazando desesperada con la inflación, la inseguridad, la pobreza y la presión fiscal.

Javier Milei da un discurso durante la campaña.
Javier Milei da un discurso durante la campaña.
Europa Press

De perdidos al río. La Argentina en estos días es poco menos que un infierno en lo económico, el purgatorio en lo político y, según ellos, el cielo en lo futbolístico. Pero si algo define al país es que vive oprimido por la dictadura de la inflación, un yugo que se remonta décadas atrás. Tiene que ver con el populismo permanente de su clase política, el ansia de revolución continua para enmascarar la corrupción y el autoengaño en la gestión de las cuentas públicas que nunca cuadran. Nadie sabe con certeza cuándo Argentina se convirtió en una máquina de triturar inversores, empresarios y trabajadores para igualarlos en la pobreza y, como acto de pura supervivencia, en la economía sumergida. En lo que sí hay cierto consenso es que la raíz del mal argentino reside en su divisa y el uso de su soberanía monetaria.

Desde el pasado domingo, un amplio sector de la población argentina ha votado que ya no puede más. Los llaman indignados pero en realidad están fundidos. La coalición 'La Libertad Avanza' de Javier Milei ganó en las elecciones PASO (previas a las presidenciales de octubre) con un discurso bronco y populista con recetas libertarias y ultraliberales para "acabar con la casta política", el mismo lema que ascendió a Pablo Iglesias en Podemos y lo llevó en volandas hasta Galapagar y la Moncloa. Pero la verdadera razón por la que Milei se ha convertido en virtual presidente, según las encuestas, en su promesa de acabar con la inflación con una solución extrema que todos los argentinos entienden. Es la dolarización.

Ahora bien, ¿qué supone dolarizar la economía argentina? ¿Qué consecuencias  y riesgos tiene? Y sobre todo, ¿por qué hacerlo ahora? Argentina se encuentra a las puertas de otra hiperinflación con crecimientos en el IPC de más de tres dígitos (100%) como en el 'rodrigazo' de los años 70 o en la presidencia de Raúl Alfonsín en los años 80 que batió todos los récords con un 5.000% anual. Es un hecho que entrará ahí después de la devaluación del 22% en el peso que dictó el actual Gobierno de Alberto Fernández y Sergio Massa el pasado lunes tras las elecciones. Pero la puesta en marcha de una dolarización tiene el potencial de frenar esa inflación, aunque con efectos secundarios terribles. Es como retirar el oxígeno de una habitación para apagar un fuego y pretender que todos sigan respirando normalmente. Sin embargo, Argentina tiene pocas opciones ya si no quiere que arda todo el edificio.

¿Qué implica dolarizar?

Hay varias maneras de dolarizar. Ecuador, Zimbabue, Panamá o El Salvador lo hicieron aunque con resultados distintos, pero la versión 'a la argentina'  supone una introducción progresiva en la que el peso y dólar  conviven en cooficialidad. De este modo, puede circular libremente y de forma legal. El partido de Milei asume la propuesta de los economistas Emilio Ocampo y Nicolás Cachanosky, padres de la idea, para recuperar automáticamente la estabilidad de precios. Supone dar carta de naturaleza a una realidad muy argentina, en la que la población no confía en su moneda y recurre al mercado negro (dólar blue) para ahorrar, protegerse de la inflación y para evitar perder las ayudas sociales. Sucede que la libre circulación de dólares no es legal hoy por hoy pero su uso como reserva de valor está normalizado. Por eso Argentina es uno de los países del mundo que más dólares tiene fuera de EEUU. Tras la devaluación del pasado lunes, el tipo de cambio oficial se fijó en 350 pesos por dólar, pero la divisa estadounidense en B se ha ido camino de los 800 y el banco central subió los tipos de interés del 97% a un imposible 118%.

La dolarización supone también un cambio irreversible por el que Argentina renuncia a su soberanía monetaria, quitando los poderes de emisión de moneda al banco central BCRA y, por tanto, evitando que el gobierno de turno en la Casa Rosada se haga trampas al solitario tapando los déficits públicos con la emisión de más pesos a través del banco central. Como todo el mundo sabe, o debería saber, ese truco del almendruco devalúa el valor de la moneda e impide, lógicamente, que Argentina pueda buscar el recurso de emitir deuda en los mercados. La última vez que eso sucedió de forma recurrente fue en los años 90 y el peso se mantuvo estable. Con el corralito de 2001 y la pérdida de la paridad 1 a 1 con el dólar que Argentina mantuvo artificialmente, todo volvió a estallar otra vez por los aires.

La clave de la propuesta de dolarización es que los argentinos van a tener certidumbre sobre la evolución de los precios de los bienes y servicios que consumen, así como de los salarios que reciben. Será el mercado y no la intervención política quien fije los precios en función de la oferta y la demanda. A priori es una medida que beneficia a las clases medias y bajas que hasta ahora no tienen la capacidad de ahorrar en dólares y esquivar el desplume que inflación ejerce en su poder de compra. Hasta ahora, solo la clase política, los más ricos y aquellos que cobran rentas en divisa extranjera han podido esquivar la caída infinita del peso. El espejo al que se miran los argentinos con terror es la Venezuela de Nicolás Maduro, donde la hiperinflación destruyó su economía, generó la mayor ola de pobreza en Latinoamérica en décadas y provocó la emigración de millones de venezolanos.

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