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¿Y si lo peor de la crisis hubiera pasado ya?

Calviño
Nadia Calviño, vicepresidenta económica del Gobierno. 
Europa Press

El frío ya está aquí y en menos de un mes empieza oficialmente el temido invierno, en el que están puestos todos los miedos y las precauciones de las predicciones económicas que apuntan a un parón de actividad al menos hasta que brille de nuevo la primavera. Obligados a convivir con la incertidumbre de una guerra y una crisis energética cuyos efectos se extienden a precios y a inversión como una mancha de 'chapapote', lo único que tenemos claro a estas alturas es que estamos ante una crisis de expectativas, malos augurios y predicciones a la baja, aunque solo sea porque para mejorar ya habrá tiempo. El parón es evidente si tenemos en cuenta que la previsión oficial de crecimiento del Gobierno para el año que viene, del 2,7%, reduce en casi dos puntos la de este año y es más del doble de lo que auguran la mayor parte de los servicios de estudios e instituciones macroeconómicas; pero también es cierto que muy pocos creían que este año se iba a crecer por encima del 4%, y al final todo apunta a que así será.

Por un lado, el deterioro de la confianza económica, la caída de la renta real de los consumidores y el endurecimiento de las condiciones financieras por al subida de tipos son ya un hecho que viene aparejado al frío, que va a generar un recorte o, al menos, una ralentización de la inversión privada muy dañina para para el PIB. Pero, por otro lado, hasta el tercer trimestre del año se ha mantenido extrañamente dinámico el consumo doméstico y hay un repunte de la formación bruta de capital en bienes de equipo, dos elementos de los que depende en gran medida que el freno económico sea más o menos abrupto. Esa situación nos coloca a corto plazo ante dos datos a vigilar de forma especial en lo poco que resta de año: la fuerza de consumo entre el ‘black friday’ y la Navidad, y la evolución del empleo.

Las dos décimas de crecimiento del tercer trimestre del año alejan el fantasma de la recesión al menos hasta que empiece el próximo ejercicio, hasta el punto de que las siete décimas o más al alza que se estiman en los indicadores de la Airef para los últimos tres meses del año van a permitir cerrar el año con holgura. Es importante no hacerse trampas al solitario en esas estimaciones de consumo o en el impacto que para España supone el turismo, para no caer en problemas que, más tarde, van a saltar en forma de deterioro de la inversión productiva. Ahí entra en juego la segunda parte de la evaluación, el comportamiento del empleo después de una EPA entre junio y septiembre que dejó claro el desplome de la contratación privada, que paso de cien a cero más por miedo a lo que vendrá que por datos reales de debacle económica. Si el paro mensual aguanta será un buen augurio, pero solo eso.

Es evidente que esta crisis no es como el tsunami financiero de 2008. Es más, la economía puede incluso aguantar mejor si el sector inmobiliario no dispara precios y da oxígeno a las rentas. Como también es cierto que hay muchos empresarios pensando en invertir el año que viene, aunque lo hagan cuando se pase el maldito frío de invierno que a todo el mundo atemoriza. Hasta el Banco de España, azote habitual de las previsiones del Gobierno, augura una primavera de recuperación, una vez que las medidas para aguantar la subida de los intereses de las hipotecas y los precios del gas y el carburante hagan su efecto parche en las rentas más bajas. La recaudación de impuestos puede aguantar todo eso y más por el momento, más allá de los tributos a los ricos, la banca o las energéticas, que lo más fácil es que causen más problemas que soluciones a medio y largo plazo, pasto de los tribunales y la demagogia política.

Si con el permiso de Putin y Ucrania, el sector energético es capaz de reordenarse gracias al llenado de reservas y la reacción conjunta de Occidente frente al chantaje ruso, todo apunta a que no será fácil volver a ver precios de la electricidad por encima de los 500 euros en Europa ni inflaciones superiores al 10% de forma generalizada, salvo en sectores de segunda vuelta, como los alimentos. Es evidente que a partir de esta crisis será más caro vivir, pero no imposible, como puede parecer. Y tras el invierno, lo peor habría pasado ya. 

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