Libertad sin cargas

Ucrania, una 'grosse koalition' y la sombra de Pablo Isla

Pablo Isla, presidente ejecutivo de Inditex de julio de 2011 a marzo de 2022.
Pablo Isla, presidente ejecutivo de Inditex de julio de 2011 a marzo de 2022.
L. I.

Primero fue una pandemia, aún no resuelta, y luego nada menos que una guerra, por si la economía española no tuviera bastante. El año 2022, que se suponía el de la recuperación y el del impulso de los fondos europeos, ya es para muchos otro ejercicio de resistencia, quién sabe si al límite. De hecho, no hay ayuda comunitaria suficiente que sirva para compensar la incertidumbre que provoca un conflicto bélico en el corazón de Europa que amenaza con extenderse y prolongarse en el tiempo. Por si fuera poco, la guerra provocada por la invasión rusa de Ucrania tiene un impacto brutal en el mercado de materias primas esenciales para el día a día de las sociedades occidentales, cuyos hogares tendrán que sufragar durante meses un sobreprecio por el gas y a la electricidad, al que se suman los carburantes y combustibles, a la sazón inflados por el alza en el coste del crudo. Una tormenta perfecta que empobrece a unas familias que desde hace meses también soportan ese impuesto sobrevenido que es la inflación, una carga silenciosa que drena sin remedio unos salarios estancados y con cada vez menos poder de compra. Los bancos centrales, ante el frenazo económico que se viene, se tentarán la ropa antes de acometer subidas drásticas de los tipos. En suma, nubarrones por doquier.

Paradójicamente, este escenario, que podría ser calificado sin ambages de emergencia nacional, se produce además en plena reconfiguración del centro derecha en España. Si en los días previos a su descenso definitivo a los infiernos, Pablo Casado dio su apoyo al Gobierno en la gestión de la crisis junto a la UE y la OTAN, no es difícil vaticinar que su sucesor, Alberto Nuñez Feijóo, marcará una línea continuista de colaboración con el Ejecutivo y que, incluso, ahondará en esas políticas. Por el contrario, los socios en la coalición de Pedro Sánchez han demostrado de nuevo su incapacidad para elevarse y superar atávicas y viejas miserias. Presa de una ideología que debería claudicar ante los tiempos y, desde luego, ante una agresión tan brutal como la perpetrada por Vladimir Putin, Ione Belarra, líder de Podemos, escenifica una tibieza que era incluso ayer ‘reprendida’ por el propio presidente del Ejecutivo. Se refirió el secretario general del PSOE a la necesidad de estar en el lado correcto de la historia después de que el ala morada del gabinete criticara abiertamente el envío de armas a Ucrania, aireando una herida de difícil sutura. El calculado apoyo a Sánchez de Yolanda Díaz, que ha soliviantado a sus correligionarios ‘podemitas’, ayuda también a entender el desgarro interno que el envite ruso ha provocado en quienes fueron criados a los pechos del comunismo.

A la vista de esta quiebra de la confianza, financieros y empresarios, así como ilustres políticos socialistas y populares, reflexionan ‘sotto voce’ en los cenáculos madrileños sobre la necesidad de ir sentando las bases para aplicar grandes remedios a grandes males. “Pese a las circunstancias y a que se descuentan subidas de tipos cuando se aclare el paisaje, lo cierto es que sigue habiendo mucho dinero en circulación y los inversores necesitan ‘colocarlo’ -reflexionaba esta semana un expolítico que desempeñó en su momento altas responsabilidades a nivel de gobierno-. ¿Apostarán por países estables, donde los grandes partidos pacten las líneas maestras de la economía y la política, o por aquellos sostenidos por fuerzas periféricas capaces de hacer descarrilar un gobierno desde un discurso populista? Tenemos una gran oportunidad si entendemos lo que requiere el momento actual”. Es una pena que, incluso en la actual situación de calamidad, en España solo pueda inscribirse en el terreno de la utopía la posibilidad de forjar a futuro una ‘grosse koalition’ a la alemana, o incluso a corto plazo de acordar un programa de emergencia que permitiera a Sánchez sacar adelante las políticas estratégicas de interés nacional con el apoyo del PP y sin Belarra&Co, cuyas estridencias no solo chirrían con la altura de miras que se requiere sino con las demandas de unidad que reclama la UE.

No hay que mirar muy lejos para apreciar las bondades de confiar el gobierno a los mejores. Draghi en Italia ha sido capaz de generar confianza ciega en los mercados y forjar el consenso de analistas y rivales

¿Podría jugar algún papel Feijóo en ese esfuerzo? Dicen quienes bien le conocen que su irrupción amplía el espectro de pacto del Partido Popular, limitado hasta ahora a sumar con Vox para formar gobierno. De hecho, diferentes fuentes al tanto de su parecer y de su gestión en Galicia subrayan que, conociendo su talante, lo que sería realmente extraño es verle entrar en el Palacio de la Moncloa con Santiago Abascal de la mano y como vicepresidente. Pocas dudas hay entre sus afines de que Esteban González Pons jugará un papel esencial en el coordinación del partido, si bien no esta claro que lo ejerza desde la secretaría general, un puesto sometido a tiranías territoriales o incluso de lo políticamente correcto. También es plausible que recurra a perfiles del ‘sorayismo’, un plantel arrasado por las huestes de Casado y donde puede recuperarse experiencia de gestión, especialmente en el terreno económico. No en vano, por mucho que Elvira Rodríguez se haya fajado con acierto en estos años, las mayoría de las veces en solitario y a menudo sin demasiada cobertura de la dirección nacional, lo cierto es que el salto al estrellato del partido tiene que venir desde la economía, o no vendrá. Y para ese esfuerzo es imprescindible la incorporación de talento dispuesto a recorrer la travesía del desierto que en su tiempo hicieron los Montoro, Nadal o Bañez, más allá de que conspicuos aspirantes levanten la mano oportunamente cuando toque formar gobierno.

Puestos a sumar al sueño de la ‘gran coalición’, el 31 de marzo se produce un hito en el devenir de la empresa española. Pablo Isla, el hombre detrás de la revolución de Inditex hasta consagrarse como gigante textil mundial y elegido mejor ejecutivo del mundo en más de una ocasión, deja la gestión de la matriz de Zara tras 17 años al frente de la firma. Llegó con 41 años y se irá con 59, aún con la juventud suficiente como para afrontar proyectos de envergadura. No pocos recordaron en el anuncio de su adiós el trabajo desempeñado en el sector público entre 2000 y 2005, como abogado del Estado, director general de Patrimonio y copresidente de la Altadis resultado de la fusión de las semiestatales Seita y Tabacalera. También se aludió al interés que en su día se deslizó desde el Gobierno de Mariano Rajoy para incorporarlo al proyecto popular tras alzarse con el triunfo en las elecciones de 2011. “Me veréis toda la vida en Inditex”, llegó a zanjar entonces el hombre fuerte de Amancio Ortega para acallar los rumores. Hoy, cuando ya está claro que no será así, ¿tan difícil es que los principales partidos se pongan de acuerdo para apostar como guía de la economía por un perfil de gestión, tal vez el mejor que puede encontrarse en el mercado, ante la época excepcional que se avecina?

No hay que mirar muy lejos para apreciar las bondades de confiar el gobierno a los mejores. La mera presencia de Mario Draghi en Italia ha sido capaz, desde el mismo momento en que dio el salto a la política, de generar una confianza ciega en los mercados y concitar el consenso de analistas y hasta rivales. Al final, lo que dice el economista romano sale de la misma boca de quien, al frente del Banco Central Europeo (BCE) y para salvar el euro, dejó claro que haría “lo que fuera necesario”. Su ejemplo revela cómo un perfil eminentemente técnico puede servir como un auténtico bálsamo de Fierabrás en momentos puntuales de crisis, al punto de remontar una inestabilidad eterna como la italiana. Lamentablemente, los planteamientos de intelectuales, economistas y políticos retirados de la escena topan con unos partidos esencialmente enfocados en la obtención y gestión exclusiva del poder. Las extremas circunstancias en que se desarrollarán los próximos meses o incluso años deberían obligar a abrir debates que hoy apenas tienen sentido académico. Resulta difícil aceptar que los gobernantes piensan en el ciudadano cuando avalan un libro blanco que sienta las bases para subirles los impuestos o cuando la ministra del ramo sigue mirando desde la barrera cómo suben los precios de la energía sin tomar decisión alguna. Se necesita algo más.

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