Libertad sin cargas

Lo que sabemos (y lo que no) del último hurra de Iván Redondo

Iván Redondo, el hombre en la sombra detrás de Pedro Sánchez y verdadero zar todopoderoso de Moncloa./ EFE
Lo que sabemos (y lo que no) del último hurra de Iván Redondo.
L.I. 

Iván Redondo afrontó las elecciones del 4 de mayo en Madrid con la esperanza de remontar el partido. Nada hacia presagiar entonces -y apenas han pasado dos meses- que su final estaba cerca. Sabía el asesor monclovita que Ángel Gabilondo no era el candidato idóneo. También que Margarita Robles, a la que más de uno demandaba como aspirante, era casi más cercana al votante de derechas que al socialista. La cosa no pintaba bien. Sin embargo, futbolero para las comparativas, Redondo asemejaba la contienda con el famoso Milan-Liverpool, aquella final de Champions en la que los ingleses remontaron un tres a cero en la primera parte para ganar en la tanda de penaltis. No fue el caso. El resultado de los comicios incluso empeoró las encuestas de partida. Pese a que todavía estaba en la memoria del PSOE el éxito en la campaña de Salvador Illa en Cataluña -celebrado con alborozo y en primera fila por quien era más poderoso que los propios vicepresidentes-, la debacle en Madrid se convirtió en un tsunami devastador. De hecho, la consagración de Ayuso incluso establecía una nueva dialéctica entre Ferraz y Génova. Un fracaso insuficiente, empero, para explicar el adiós de quien tanto ha significado en la ‘era Sánchez’.

Resulta paradójico, además, que el último hurra de Iván Redondo se produzca al mismo tiempo que su mano derecha y principal colaborador, Félix Bolaños, parece haber dado un paso al frente en el Gobierno y en los afectos del jefe del Ejecutivo, al punto de ser nombrado ministro de la Presidencia, un cargo que probablemente no recoge todo el poder que acumulará quien tiene encomendada la coordinación de todo el gabinete. Durante los primeros meses de la opa del fondo australiano IFM sobre Naturgy se especuló sobre la sobrevenida falta de ‘feeling’ entre Redondo y su lugarteniente. Mientras uno, ex Uría, daba argumentos para dar luz verde a la operación, su inmediato superior la cuestionaba y apostaba por vetarla en defensa de la soberanía estratégica del país. Se decía poseedor de una visión transversal de la que carecían el resto de ministros. Cuando afloraron esos supuestos desencuentros dentro de su propio núcleo duro, Iván salió en tromba. “Es no conocernos. Vamos todos a una. En el equipo no hay cotilleos y somos muy directos”, lanzó a sus más próximos para acallar cualquier rumor. Pareció sincero. En verdad y llegados a este punto, lo natural es que Redondo esté más que contento con la promoción de su número dos. Tampoco por ahí cabe buscar tres pies al gato sobre su marcha.

El poder que había amasado, en todo caso, invita a todas las especulaciones. Es difícil medirlo de puertas para dentro, desde luego. Lo sabrán -y quién sabe si contarán en el futuro- los ‘damnificados’ en el gabinete y en su equipo. Siempre los hay. Sin embargo, no hay duda de que la sombra ya legendaria del gurú de Sánchez era percibida sin dobleces y en cada uno de sus movimientos por los actores más conspicuos de los negocios y la política. “¿Que si manda tanto? Manda todo. No lo dudes”, confesaba hace no demasiado un ilustre líder empresarial al ser preguntado por el reparto de los fondos europeos y si, para sacar adelante los proyectos, se necesitaría un sello con la ‘R’ estampado en la Avenida Puerta de Hierro. Tan alargada se advertía su figura que no faltaba quien le atisbaba detrás de la tragedia en varios actos que viven los ‘popes’ del Ibex a resultas del ‘caso Villarejo’. Como prueba circunstancial, sus disquisiciones en privado sobre la necesidad de rejuvenecer la clase empresarial patria. Y es que no era difícil escucharle subrayando los méritos de esos nuevos ejecutivos noveles, preparados, profundos conocedores de la tecnología, sin corbata. Ellos debían dar relevo a los más veteranos, acostumbrados a una forma antigua de hacer negocios que, en alguna ocasión -ay-, terminaba en indeseados paseíllos. Claro que esas teorías de la conspiración, propias de los setenta y las películas de Pakula, no son más que eso, hipótesis de barra de bar que no sirven para explicar el ‘agur’ de quien tanto abarcó.

Se hace difícil pensar que Sánchez haya tomado la decisión de prescindir de Redondo si el divorcio no le conviniera a él, por mucho que el partido empujara. Esas presiones ya las conocíamos

¿Y si la cuestión es puramente emocional? Hubo unos meses en que la aristocracia empresarial del país se pegaba por prologar libros en marcha para glosar la figura de la mano derecha de Sánchez. “Pues precisamente estuvo ayer aquí un periodista para preguntarme por él. Está escribiendo un libro”, reconocía un directivo durante un café vespertino. La cantinela se había convertido en habitual. ¿Pudieron los ‘celos’ adueñarse poco a poco del corazón del presidente y forzar la ruptura? No sería la primera vez en la historia. Abonaría esa tesis la remodelación de Gobierno en su conjunto, tras laminar Sánchez uno por uno a los ministros más políticos de su sanedrín. “Después de mi, el diluvio”, apuntaría de ser cierta esa tesis el político madrileño, parafraseando a Luis XV, penúltimo rey francés. ¿Puede ser que Sánchez no resistiera la popularidad de su analista de cabecera y ordenara un ‘código rojo’? Difícil de asumir tamaña egolatría. Además, Redondo siempre ensalzó la figura del presidente, casi con devoción. “Tú puedes asesorarle, pero un día dice públicamente que no acometerá en esta legislatura la financiación autonómica y te toca movilizarte para armar el discurso. Su instinto es imbatible”, confesaba a sus íntimos al tiempo que recordaba el mérito de quien tuvo que montarse en su coche y recorrer España para recuperar el control de un partido que le había defenestrado.

Resulta llamativo, precisamente por esa última desafección, que muchas de las explicaciones sobre la tocata y fuga de Redondo enlacen con las necesidades del partido, a las que el actual presidente del Gobierno casi nunca había prestado atención hasta ahora. Según ese hilo, hábilmente desenrollado en La Información por Fernando H. Valls y Fernando Pastor, el final habría estado marcado por el eterno enfrentamiento de la Moncloa de Redondo con Ferraz, ahora especialmente cruento, y con la necesidad de hacer piña ante las citas electorales de los próximos tres años. Al final, Redondo se habría convertido en el báculo de Sánchez, pero no de un partido que reclamaba su cuota de protagonismo. Las injerencias del consejero vip del presidente del Gobierno en la crisis andaluza como aval de Juan Espadas serían la gota que habría colmado la paciencia del aparato. ¿Verosímil? Mucho, como la primera solución en los asesinatos de Agatha Christie. ¿Cierto? Más bien conveniente. En el fondo, se hace difícil pensar, tras la mera observación del comportamiento humano y político, que Sánchez hubiera tomado la decisión de prescindir de Redondo si el divorcio no le conviniera en este momento a él, por mucho que el partido empujara. Esas presiones ya las habíamos visto antes.

La última nota difundida por el consultor donostiarra, a fin de cuentas la despedida que él mismo quiso transmitir, tal vez dé más pistas sobre su defección. “A veces en la política, en la empresa como en la vida, además de saber ganar, saber perder, hay que hacer algo mucho más importante: saber parar”, aseguraba, deslizando que era él mismo quien había decidido dar un paso atrás. Antes de las elecciones del 4-M, Redondo se sinceraba sobre sus cordiales relaciones con Miguel Ángel Rodríguez, alguien de su estirpe. “MÁR parte de su ideología para modelar una campaña, un líder o una situación política. Yo puedo abordar cualquier de esas cosas independientemente de la ideología”, exponía quien en otro tiempo ya trabajo para un político del PP. Suficiente argumento como para, cual Lupin, reaparecer a la vuelta de cualquier esquina. Y es que si algo ha cultivado el consejero áulico de Pedro Sánchez es el misterio respecto a su propia actuación y tentáculos. También en su último mutis. Tan maquiavélico como esquivo, vaticinaba al final de su última misiva: “Nos volveremos a ver”. Seguro. Casi tanto como que hay un antes y un después de su periplo en el Palacio de la Moncloa. Para bien o para mal, afrontamos tiempos más grises.

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