OPINION

Lo que nos ha enseñado la TV en 2018

El último plano de Carlitos Alcántara y Karina en Cuéntame cómo pasó
El último plano de Carlitos Alcántara y Karina en Cuéntame cómo pasó

Adiós, 2018. Un año que la televisión no recordará en exceso, pues no cobijó ni grandes fenómenos sociales ni estrenó ninguna revolución, fueron doce meses de transición hacia algún lugar. Probablemente hacia una televisión con programas con una duración más coherente, con series más cortas, con historias más auténticas por leales con el espectador.

La televisión de 2018 sucumbió al show en los informativos. La realidad aumentada propició que el plató de Antena 3 Noticias pareciera una película de Will Smith. Pero no, es un Telediario. Bueno, no, Telediario son los de Televisión Española que pelearon por recuperar la credibilidad perdida y lo están consiguiendo. Poco a poco. En tal cometido, ayudó el inspirador movimiento de Mujeres RTVE que proyectó visibilidad a una cadena de profesionales honestas pero que la política no siempre ha entendido su sentido y no le ha permitido ser honesta.

Y en esa honestidad, 2018 ha sacado alguna serie escondida años y años en un cajón, La República. Aunque ya era demasiado tarde, este culebrón con ideales se había quedado visualmente viejo. Fracasó, claro. Vio la luz demasiado tarde. Porque 2018 ha demostrado que nuestra ficción ha crecido visualmente hasta alzarse como referencia internacional.

2018 será el año en el que por primera vez, y con permiso del telefilme La Cabina de Antonio Mercero, una serie española se llevó un EMMY. Ha sido La Casa de Papel. No obstante, el verdadero premio de esta ficción ha sido otro: los atracadores se han convertido en un fenómeno fuera de nuestras fronteras. Porque el mundo había visto mucha ficción de atracadores, pero jamás con ese distintivo airecillo de complicidad mediterránea que seduce al planeta y que tan poco aprovechamos.

En 2018 el frenesí de las redes sociales ha arrasado con (casi) todo. Incluso ha afectado al desarrollo de los programas. Todo eran días históricos para alegría de Twitter. Todo, incluso Isabel Pantoja llamando por teléfono a Telecinco. Una y otra vez para jolgorio de tuiteros creyendo que asistían a un acontecimiento irrepetible unas 17 veces a la semana. Cada vez ponemos el nivel más bajo a los acontecimientos irrepetibles.

Aviso para navegantes: que la pasión de las redes sociales no contagie de negatividad a tu formato televisivo y modifique el tono del show. No es ninguna 'mariconez', es lo que ha sucedido con OT 2018. Todos veíamos el 'talent' con menos ingenuidad que el pasado año,  vale, pero los responsables del programa tampoco supieron acotar el enfoque del reality al compás buenrollista y constructivo que supieron impregnar a la pasada edición. Culpa de todos, espectador tuiteador incluido.

También, en esa realidad desvirtuada de las redes sociales más ofendidas, 2018 será el año en el que se alzó como drama nacional que un cómico se sonara los mocos en una bandera. El humor tuvo que pedir disculpas, aunque no vino para pedir permiso.

Estamos muy intensos pero poco profundos, lo que viene muy bien a determinados líderes políticos para que lo relevante sea nublado por lo banal. Es la gran lección que deja 2018, en donde todos estamos aprendiendo a utilizar las redes sociales. Todos: usuarios, periodistas y medios de comunicación. Y todos no hemos sabido digerir, relativizar y contextualizar como deberíamos el caudal de pasiones, toxicidades y también de brillanteces de esas mismas redes sociales. Quizá lo consigamos en 2019, o 2027.

En este 2018, que ya quedó atrás, Epi y Blas salieron del armario pero Barrio Sésamo los volvió a meter rapidito. Porque, quizá lo parezca, pero todavía no es bonito del todo ser homosexual para esa mochila de prejuicios que alimentan las consignas extremistas y que los medios también sustentan. Porque enfadar sube el share. Es el arte de indignar. De ahí que en este 2018 la televisión haya dado entrañable credibilidad (y horas y horas de emisión), por ejemplo, a una señora franquista. 

Porque en la televisión de 2018 todo ha sido reality. Incluso terribles sucesos. Las tácticas de la tele-realidad se utilizan para todo. Y los realities ya no son realities. De hecho, ya ni aíslan como antaño a los concursantes. Gran Hermano maneja como nunca la información del exterior para graduar el conflicto entre sus cobayas y, así, no dar tregua de momentos épicos a un espectador que tiene menos paciencia que nunca. Porque tiene más acceso a contenidos que nunca.

Por eso, las cadenas llenan la pantalla de sobreimpresiones de grafismos, titulares, promociones y todo tipo de indicativos. Necesitan que tu ojo no se aburra para que te quedes en su emisión. Pero en 2018 ese ojo del espectador ya está inmune a ese caos visual. Al final, la televisión que recordaremos de 2018 es la que no se quedó en la frenética batalla del 'like' y supo generar acontecimientos con historias poderosas. Como siempre.

Un año en el que un tranquilo programa de descubrir la diversidad de nuestros pueblos, El Paisano, acabó destacando en La 1 cuando estaba anunciado para La 2. Un año en el que la música en directo y sin red volvió a movilizar la tele. Véase La Hora Musa en La 2 o, especialmente, véanse, grábense y memorícense las propuestas escénicas que han envuelto a los artistas y grupos que han pasado por Late Motiv de Buenafuente. Un año en el que Carlitos Alcántara se fue tranquilo de Cuéntame para  removernos nuestros sentidos y recordarnos los detallistas motivos por los que Cuéntame es la serie de nuestra historia.

Un año en el que unos Lobos jugaron a diario en un concurso llamado Boom. De nuevo: el valor de tener tiempo para conocer. Esta vez, a unos concursantes profesionalizados que ya son como de la familia. Un año en el que Salvados arriesgó aún más en el tratamiento de sus documentales, lo hizo en su décimo aniversario. Un año en el que Fariña fue la gran revelación sin necesidad de desvirtuar acentos. Un año en el que Broncano dijo aquí estoy yo: para actualizar la TV sin que me imponga la TV. Así está deconstruyendo los complejos falsos del éxito televisivos a través de un late night que se ve más en Youtube.

Un año en el que la tele se ha dedicado más a ayudarnos a pasar el rato que a inspirarnos. Un año que nos ha recordado que cambiarán las ventanas de consumo de programas y series, pero que siempre brillará lo auténtico. De Radio Gaga a Gran Hermano. Porque eso es la televisión: el acontecimiento del retrato de lo auténtico, que nos une. Tan fácil y tan difícil.

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