OPINION

Las 3 rarezas de 'La Voz' (en las que ya no nos fijamos)

Paulina Rubio, La Voz Antena 3
Paulina Rubio, La Voz Antena 3

Antena 3 ha revitalizado La Voz tras años en Telecinco. El talent show necesitaba dar un impulso estético para no parecer el formato veterano que ya es y al grupo Atresmedia le ha salido bien la jugada, apuntalando dos prime times semanales. Lo ha logrado con un plató más grande, con una puesta en escena más espectacular y con un espectador que conoce de sobra la fórmula. La Voz ha superado las rarezas con las que aterrizó en 2012 y a las que no estábamos acostumbrados en España.

1. Siempre la misma ropa

Paulina Rubio, Antonio Orozco, Pablo López y Luis Fonsi llevan la misma ropa en todas las audiciones, pero ya nadie se pregunta el motivo de que los coaches repitan todo el rato vestimenta. Al principio chocó esta peculiaridad del formato, pero ya se ha comprendido que van a cada día de grabación con el mismo vestuario para que luego los responsables del programa puedan ordenar las actuaciones a su gusto.

Así no rompe visualmente que Pablo López lleve varios modelitos en cada audición del programa, pues ha grabado esa actuación en días diferentes y luego el show coloca a cada concursante en el capítulo de gala que mejor le cuadra para que exista un ritmo televisivo construido a base de diversidad musical y, no menos importante, de diversidad emocional.

Si se emitieran las audiciones en el orden en el que se ruedan en la realidad, tal vez quedarían programas aburridos con un desfile de cantantes a los que ningún coache se gira o con varios participantes seguidos que resultaron poco sorprendentes. Así la cadena y la productora Boomerang van graduando emocionalmente el concurso para atrapar la atención del espectador.

2. Los (sobreactuados) pasos a la entrada del plató.

Como el público conoce muy bien la dinámica de La Voz, en la primera edición de Antena 3 no se remarca tanto como en la primera de Telecinco el suspense de los pasos de los concursantes entrando al plató. Tic. Tac. Tic. Tac. Las primeras etapas se regodeaban bastante más en el nervio de ese participante que sube, por primera vez, al escenario para plantarse ante la espalda de los coaches.

En 2019, este talent show no se centra tanto en esta especie de rito de intriga de la aparición del concursante y el programa opta por ir más al grano de la reacción y conversación del jurado. No se requiere sobreexplicar la dinámica del formato con una subrayada aparición del concursante. El espectador ya conoce, aunque el programa sí crece cuando se recalca con cierta épica la entrada al plató de un artista, que se juega su talento a una canción en un casting a ciegas.

3. Los cortes de edición y la invisibilidad del presentador

La televisión en España necesita más protocolos ceremoniales que la tele anglosajona, donde el público está más acostumbrado a los programas editados de cuajo y con pocos escrúpulos con el salto temporal. En cambio, en nuestro país, el éxito del espectáculo de prime time siempre ha ido más pegado al programa en directo con presentadores reconocibles al frente y con esa tensión especial de la imperfección que produce la inseguridad de que todo puede pasar.

Los primeros tramos de La Voz son enlatados y se pierde cierta fuerza de la viveza del directo. Y Telecinco remedió esa frialdad de la grabación muy montada en postproducción con la reputación de Jesús Vázquez, que ya en el estreno de la primera vez en España de La Voz apareció en lo alto del plató, rodeado de público, casi como si estuviera en el musical La Quinta Marcha en donde debutó en los noventa. Así se lograba dar más empaque de acontecimiento a un programa que, después, se convierte en un editado desfile de historias inconexas ante unos jueces que son los verdaderos protagonistas.

En esta temporada, el ritual de la aparición del presentador no ha existido en La Voz. De hecho, la maestra de ceremonias elegida, Eva González, casi no aparece en las audiciones y prácticamente no pisa el estudio central, sólo para dar alguna sorpresa a personas que están asistiendo a la grabación desde la grada y que no saben que van a ser finalmente concursantes.

El programa, con un toque más anglosajón en el resultado de su montaje final que en otras ediciones, no ha contado con una rimbomante aparición en escena de Eva González y el espectador aparentemente no lo ha echado de menos porque ya ha interiorizado de qué va el formato. No le choca, por tanto, que existan raros cortes de edición o saltos temporales que ponen, por ejemplo, a cantar de repente a los coaches con el concursante. Todo hilado, sin ensayo, como si fuera por arte de magia. 

No obstante, aunque cada vez estemos más acostumbrados a programas sin presentador tradicional, la cultura audiovisual española sí que premia una mayor presencia de la figura de la maestra de ceremonias. Es clave a la hora de potenciar la percepción de acontecimiento especial en el ojo del espectador. Y si el canal ha vendido con brío el fichaje de Eva González, el canal debe impulsar el aureola de estrella de ese fichaje dentro de la propia Voz. Como resultado, dotará al show de un aliciente de apoteosis extra, así que los duelos y las galas en directo sí que deberían exprimir más ese ritual de la ovacionada aparición de Eva González en el estudio para que el programa sea más programa, para que cuente una figura cálida que ordene lo que desordena el frío montaje, para que el espectador sienta que la  experiencia de ver La Voz es más imprevisible. Aunque esa experiencia esté grabada y editada. 

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