Abstención histórica en las elecciones

Por qué el chavismo ya no arrastra a las masas pese a los 'regalos' del Gobierno

El empobrecimiento ha pasado factura al PSUV, el partido de Maduro. La mayoría de los electores no fue a las urnas, lo que demuestra que la base chavista, del partido o no, ha dado la espalda a su Gobierno.

EFE
Por qué el chavismo ya no arrastra a las masas pese a los 'regalos' del Gobierno.
EFE

La elevada abstención de casi el 70% en estas elecciones legislativas de Venezuela ha demostrado que la capacidad de movilización del PSUV se ha debilitado mucho. El chavismo "está perdiendo credibilidad", resumía el diario 'El Nacional' tras las elecciones. Lo mismo opinaban varios periodistas reunidos en la sede del Consejo Nacional Electoral durante la noche de las votaciones. "La gente lo está pasando muy mal", decían, para explicar lo que todos sospechaban: que la abstención iba a ser muy alta y que el chavismo ha perdido mucha fuerza.

La maquinaria del PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela) ha recurrido a todos los medios para sacar a la gente de sus casas y llevarles a los centros de votación. Desde prometer bonos económicos hasta "pernil" (jamón deshuesado). Incluso les ha llevado físicamente pues algunos vídeos filtrados por las redes mostraban a caravanas de camiones llenos de gente hacia los centros electorales en alguna parte del país.

Tampoco le ha funcionado al PSUV la explotación política de la imagen del fallecido Hugo Chávez. Las cadenas de televisión pública repetían vídeos de mítines antiguos de Chávez, incluso horas antes de las elecciones, con la esperanza que la energía y verbo del comandante siguieran arrastrando las voluntades de millones de venezolanos a las urnas.

Incluso el cartel electoral del PSUV, el más visto en la calle en estas elecciones legislativas, mostraba unos ojos enigmáticos junto a las siglas del partido. Es la mirada de Hugo Chávez que todo el mundo reconoce en este país. Se pueden ver esos ojos pintados en muros por todas las calles, en grafitis, en pósters, en folletos y hasta en forma de gafas que sus partidarios usan en las manifestaciones. Esos ojos eran los que salían en la esquina superior izquierda para identificar al PSUV en la pantalla de votación.

Carlos Salas
Una simpatizante de Maduro con unas gafas que representan la mirada de Chávez.

Carlos Salas

Era difícil dar un paso en estas elecciones, sin encontrarse con algún cartel, vídeo o mitin que recordase las palabras de Chávez. Chávez dijo esto, Chávez hizo aquello, Chávez nos indicó el camino, Chávez inició la revolución. Siete años después de muerto, el comandante parecía resucitar por todas partes.

Pero nada de eso ha funcionado. Ni los regalos, ni las bolsas de comida, ni el "pernil", ni el santificado recuerdo de Chávez. A pesar de que el chavismo ha anunciado que se ha llevado el 67% de los votos (3,5 millones de votos para el Gran Polo Patriótico que engloba a los partidos chavistas), y que dominará la nueva Asamblea, la inmensa mayoría de los electores no fue a las urnas. Eso demuestra que la base chavista, del partido o no, ha dado la espalda a su Gobierno.

Germán Moral es un ejemplo. Este hombre jubilado de 71 con el aspecto de Morgan Freeman ha estado en un puesto del partido en la Plaza Bolívar de Caracas durante la campaña. A pesar de su firme militancia, cree que el partido ha perdido la conexión con las bases. "Hablan mucho del poder popular, pero la verdad es que solo una parte tiene el poder y vive bien", dice con tono apesadumbrado. "El pueblo vive muy mal", dice mientras confiesa que su pensión de un dólar no le llega para vivir: "Tengo que hacer ‘recaítos’ como limpiar jardines".

"Hablan mucho del poder popular, pero la verdad es que solo una parte tiene el poder. El pueblo vive muy mal"

Los pensionistas son los que están peor en esta Venezuela empobrecida. Reciben sus ingresos en bolívares, la moneda más devaluada del mundo. Una pensión de 1,2 millones de bolívares (la que ganan todos los pensionistas por igual) equivale a un dólar al mes, menos de lo que vale un kilo de harina o un kilo de cebollas. Para sobrevivir, los pensionistas como Moral tienen que seguir trabajando de taxistas, de vendedores ambulantes o de recaderos.

Lo que ha pasado en Venezuela podría encabezar el Guinness de los Récords malditos: el PIB de Venezuela caerá un 18% este año, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL); sus ingresos petroleros se han hundido entre un 65% y un 90% desde 2013; el bolívar se usa cada vez menos en las transacciones diarias; la inflación anual en diciembre estaba en el 6.600%, según a agencia Bloomberg; y unos cinco millones de venezolanos han tenido que huir del país en busca de mejores condiciones de vida.

Cuando comparan esta situación de quiebra económica nacional con los tiempos del comandante, los chavistas se llenan de nostalgia. Entre 1999, año en que llegó al poder, y 2005, el gasto social casi se cuadruplicó en Venezuela. Chávez repartió viviendas, llevó médicos a los barrios pobres, alfabetizó a los iletrados, ayudó a las madres solteras, ayudó a los niños pobres… Había cerca de 30 "misiones". Aunque muchas de ellas solo tenían el nombre, cumplieron su objetivo social.

Para pagar esos gastos, Chávez pensó que podría hacer milagros imprimiendo dinero del Banco Central de Venezuela, sacando fondos de PDVSA, la petrolera nacional, solicitando préstamos al extranjero y expropiando compañías privadas para ponerlas en manos públicas. Pero Chávez se encontró con dos cosas: que tenía que pagar sus deudas, y que cuando no se sabe gestionar empresas públicas, la economía se paraliza.

A un chavista es difícil convencerle de que era cuestión de tiempo de que el país se precipitara por el abismo económico con esas políticas de gasto de Chávez. El líder, además, falleció en el momento adecuado para convertirse en un santo, y que las culpas recayeran en su sucesor: Nicolás Maduro.

Al irse al otro mundo, Chávez logró la transubstanciación de su ideología en una religión llena de obras de caridad, con un ejército de feligreses uniformados, un catecismo de salmos y consignas, y con una misión evangelizadora: llevar al chavismo a todas partes del país, porque no era un partido, era una creencia.

Chávez había cambiado todo. Para empezar, cambió de nombre al país y lo llamó República Bolivariana de Venezuela. Cambió de nombre los ministerios y los llamó Ministerios del Poder Popular. Cambió la bandera pues le puso una estrella más (por Guyana, un territorio en reclamación) y puso al caballo del escudo mirando hacia la izquierda. Cambió de aspecto a Bolívar pues en lugar del hombre de facciones europeas, empezó a aparecer en los carteles como si fuera el hijo de india y cimarrón. Cambió de nombre a la moneda, le quitó tres ceros y la llamó bolívar fuerte.

Además, exprimió la imagen fundacional de Bolívar, el Libertador de Venezuela, para crear con su nombre no uno sino muchos ejércitos: los guardaparques bolivarianos, los bomberos bolivarianos, la guardia nacional bolivariana, las milicias bolivarianas, la policía nacional bolivariana…

A todos ellos les dio un uniforme, unas consignas, un lenguaje y sobre todo, un ideal: el ideal bolivariano, algo que nunca sería discutido por ningún venezolano porque procedía de las bases fundacionales del país.

Igual que los franceses cambiaron con su Revolución el calendario, las estaciones, los días, el culto y Francia entera, Chávez necesitaba romper con el viejo régimen de partidos y demostrar que con él llegaba una revolución nunca vista: la Revolución Bolivariana.

En sus primeras manifestaciones no se sabía adonde quería llegar esa revolución. Pero poco a poco fue tomando ideas del socialismo marxista mezcladas con el mensaje a los pobres de Jesucristo y algo de asesoramiento cubano. Y se encontró de pronto con que podía señalar un enemigo: a la burguesía, a los empresarios y a los ricos. Todo empezó a encajar. Sobre todo porque esos enemigos tenían hasta entonces el poder de las empresas, los medios, y la política, y la misión de Chávez era arrebatárselos.

Cuando falleció en marzo de 2013, había consumado su obra: tenía el control de los grandes consorcios del país, de los grandes medios, del Parlamento y tenía además un ejército de feligreses. Pero las bases de su religión se estaban resquebrajando desde hacía años: inflación, devaluación, caída de la producción, escasez… Para colmo, tras su muerte, el barril de petróleo se hundió, los acreedores exigieron sus pagos, la economía ya no producía casi nada y el país se fue hundiendo hasta sumir a la población, especialmente a los pobres, en la miseria extrema de ahora.

Por eso, las masas han dado la espalda al Gobierno, y en estos momentos, ser chavista no es la mejor de las ideas.

Mostrar comentarios