La clase media se comprime año tras año

¿Ha muerto el sueño americano? La desigualdad 'entierra' el ideal de EEUU

La idea de que cualquiera que trabaje duro puede prosperar se tambalea. La brecha entre ricos y pobres se ha duplicado y hay un impacto negativo en la movilidad económica en el 51% de los condados del país.

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Un agente de policía de Las Vegas vigila un albergue temporal para personas sin hogar en Las Vegas, Nevada.
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¿Está muerto el sueño americano? Una familia de Oglala Lakota dirá que sí. La renta per cápita en esta localidad en Dakota del Sur no llega a los 13.700 dólares anuales. La mitad de la población se considera pobre y el retraso educativo que sufren los niños que crecen ahí hará muy difícil que puedan ganar un sueldo digno. Solo el 11% llega a graduarse con un estudio superior, un lastre enorme para la movilidad económica.

No lo tienen mucho mejor en Forsyth, en Carolina del Norte, donde una cuarta parte de los niños viven sumidos en la pobreza. Como en otras muchas zonas de EEUU donde las oportunidades económicas son limitadas, la pobreza infantil es común. Es el caso del condado que incluye la ciudad de Flint en Michigan, donde uno de cada cinco hogares necesita de asistencia alimentaria para tener comida en la nevera.

Esa segregación que provoca la desigualdad llega al extremo de que las asociaciones de padres en los colegios públicos de Nueva York, la ciudad símbolo de todo lo que se puede lograr con dedicación y esfuerzo, compran lavadoras para que las familias que no tienen recursos puedan hacer la colada. La pobreza infantil afecta al 18% de todos los niños en EEUU y por ahí es por donde empieza a resquebrajarse el sueño.

Y a partir de esta experiencia surge otra pregunta. ¿Es la desigualdad parte del sueño americano o su final? El concepto es simple y a la vez complejo de plasmar en la realidad. Lo fácil sería decir que lo logra uno entre un millón, si a lo que se aspira es a ser una gran fortuna como Warren Buffett, Jeff Bezos o Bill Gates. Sin embargo, cobra un sentido diferente para cada persona y cambia según donde miras para buscarlo.

El sueño americano es el ideal de que a través de la igualdad de oportunidades, cualquier persona que trabaja duro puede prosperar. Millones siguen creyendo que el éxito depende de las elecciones que haces en la vida, como los padres que destinan sus ahorros a pagar clases de matemáticas antes que comprar las últimas Nike. O el inmigrante que se hace con un puesto de cajero tras haber repartido pizzas bajo la nieve o la lluvia.

Las condiciones y el ambiente en el entorno donde se vive, especialmente durante en la niñez, condicionan enormemente esa igualdad. La pandemia, además, golpeó de una manera desproporcionada a comunidades pobres en EEUU. La raza también es un factor determinante, aunque las últimas generaciones de hispanos lograron avanzar significativamente frente al retroceso de negros y blancos.

Los estudios recientes muestran un impacto negativo en la movilidad económica en el 51% de los condados. Es decir, la base del sueño americano se tambalea en la mitad del país porque las posibilidades de avanzar van en regresión. Y lo que es aún más dramático a futuro, en ellos vive el 60% de la población menor de edad y tres de cada cinco niños crecen en un condado que no brinda ventajas a sus jóvenes más desfavorecidos.

Wayne está en la otra mitad que cree en el sueño americano pese a las dificultades económicas por las que atraviesa. "La oportunidad está ahí", dice, "solo hay que buscarla y abrazarla". Trabaja como barrendero para la organización One Block. Se levanta a las cuatro de la madrugada para limpiar la Avenida Columbus en el acomodado barrio del Upper West Side. Y aunque sufre esa regresión, solo le queda la esperanza.

La brecha entre ricos y pobres se duplicó durante los últimos 25 años en EEUU. Antes de la pandemia, el 5% de las familias que estaba en lo más alto de la escalera en términos de renta generó el 52% de los ingresos. Por comparación, hace cinco décadas el 20% más favorecido llevaba a sus casas el 43% de los ingresos. Esto, a su vez, provocó que la clase media se comprimiera más y más, del 61% en 1971 al 51% en 2019.

Esa desigualdad se expresa de múltiples formas. Una de ellas es la salud, especialmente la mental entre mujeres y hombres blancos de mediana edad con un nivel educativo bajo. La mortalidad se disparó durante las últimas décadas por el consumo de opiáceos, alcohol, suicidios y enfermedades como las cirrosis. Janet Yellen, cuando era presidenta de la Reserva Federal, alertó de este problema que el coronavirus reforzó.

Y no hay un ejemplo vinculado a la salud que refleje mejor la desigualdad en la movilidad que la higiene dental. Es un lujo. El 20% de los estadounidenses no puede costearse ir el dentista. La alternativa es acercarse a las revisiones masivas, a modo de hospital de campaña, que organizan asociaciones sin ánimo de lucro para atender a niños y mayores que llevan años descuidando su boca. Se pueden ver a miles en cola.

Y recientemente se sumó un factor que está cimentado e incluso institucionalizando la desigualdad, que va más allá de la desventaja por la raza, la clase y el género: el tecnológico. Hay múltiples ejemplos, como la manera en la que la enseñanza remota durante el confinamiento dejó rezagados a estudiantes de familias en los barrios más desfavorecidos en Nueva York que no tenían acceso a la banda ancha para seguir las clases.

El lugar donde se nace y se crece en EEUU, por tanto, importa y eso hace que el logro del sueño americano no sea fruto de las decisiones que toma un individuo sino consecuencia de una mezcla compleja de condiciones sociales, culturales, económicas y educativas de las comunidades. Como dice Raj Chetty desde el Equality Opportunity Proyect en la Universidad de Harvard, es un ideal que está inequívocamente en riesgo.

"Que haya un mayor retroceso o una futura renovación dependerá de si la receta que se sigue en los lugares donde el sueño sigue vivo es replicable en los rincones menos esperanzados del país", afirma. Esperar que lo resuelva la actual Administración de Joe Biden es cuanto menos ilusorio, sobre todo viendo la persistencia de la desigualdad que siguieron a los ocho años de Gobierno de Barack Obama y la división política.

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