No podemos tener libre comercio y salvar al mundo de la polución y la pobreza

  • Durante siglos el comercio mundial ha hecho que aumente la degradación medioambiental, pero además la desigualdad. ¿Cuál es la solución?
Transferir la contaminación al Tercer Mundo no sirve de nada / Pixabay
Transferir la contaminación al Tercer Mundo no sirve de nada / Pixabay
Transferir la contaminación al Tercer Mundo no sirve de nada / Pixabay
Transferir la contaminación al Tercer Mundo no sirve de nada / Pixabay

Es solo una de las paradojas de nuestro tiempo, pero una de las más poderosas. Casi todos los líderes mundiales parecen estar ya de acuerdo en la necesidad de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero para frenar el cambio climático, pero al mismo tiempo se impulsa un sistema de libre comercio que es el que causa esas emisiones.

El presidente de EEUU, Donald Trump, es la misma imagen de esta contradicción, aunque en el sentido contrario al del resto del mundo: se niega a combatir el cambio climático, pero a la vez ha anunciado la imposición de aranceles a la importación de hierro y aluminio, que han levantado críticas en todo el mundo por alentar el proteccionismo.

Como explica en The Conversation Alf Hornborg, profesor de Ecología Humana de la Lund University, “Trump es reprendido simultáneamente por negarse a reducir las emisiones y por promover una política comercial que reduzca las causas de tales emisiones”, lo que apunta a que la visión del mundo que domina en la actualidad es tremendamente contradictoria.

Durante siglos el comercio mundial ha hecho que aumente la degradación medioambiental, pero además la desigualdad. Según Hornborg, la contaminación que produce la parte rica del mundo es injusta e insostenible, pero se trata de ocultar bajo un discurso torticero, que viene a decir que este es el orden natural de los acontecimientos.

“Los conceptos desarrollados en las naciones más ricas para celebrar el ‘crecimiento’ y el ‘progreso’ oscurecen las transferencias netas de tiempo de trabajo y recursos naturales entre las partes más ricas y las más pobres del mundo”, apunta el profesor.

El hogar de una pareja estadounidense promedio con un hijo tiene el equivalente de un sirviente invisible que trabaja a tiempo completo fuera de las fronteras del país, mientras que el hogar japonés promedio con un hijo usa tres hectáreas de tierra en el extranjero, explica Hornborg. “Sin embargo, esta asimetría material parece ser un problema secundario para los economistas mainstream, que siguen defendiendo los beneficios generales del libre comercio”, asegura el profesor.

Los paneles solares están muy bien pero ¿quién los fabrica? / Pixabay
Los paneles solares están muy bien pero ¿quién los fabrica? / Pixabay

El cambio climático no se soluciona con más crecimiento

Esta misma contradicción, apunta Hornborg, se da en la lucha contra el cambio climático. Las energías limpias, que deberían reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, no salen de la nada: como cualquier otra tecnología moderna dependen de un alto poder adquisitivo combinado con mano de obra asiática barata, tierra brasileña o cobalto congoleño.

Al final, como sugiere el profesor, volvemos a lo mismo: para ser ricos sin contaminar, sencillamente, transferimos la pobreza y la contaminación a otros lugares. Un esquema no tan distinto al de la época colonial.

El investigador checo-canadiense Vaclav Smil ha publicado varios estudios en los que explica que el cambio a la energía renovable consumiría grandes extensiones de tierra, revirtiendo los beneficios de ahorro de tierras de la Revolución Industrial. Además, el dinero para invertir en energía solar aún se genera a partir de mano de obra y tierra barata: el hecho de que los paneles solares se hayan vuelto menos costosos se debe en parte a que cada vez se fabrican más en Asia.

A día de hoy la energía solar solo genera el 1 % de la energía global, una cifra que podría subir, pero ¿a qué precio? “Aquí está el callejón sin salida de la civilización moderna: el libre comercio promovido por la mayoría de los economistas y políticos sigue impulsando una parte sustancial de las emisiones de gases de efecto invernadero que quieren reducir, y sin embargo las tecnologías sostenibles que proponen para reducir las emisiones dependen del crecimiento económico, el comercio internacional y el uso de más y más recursos naturales”, sentencia Hornborg.

El capitalismo sigue sufriendo las contradicciones que ya apuntó Karl Marx, que de seguir vivo cumpliría pasado mañana 200 años, y nadie ha logrado solucionarlas. En opinión de Hornborg, “los economistas podrían comenzar por reconocer que la economía no está aislada de la naturaleza, del mismo modo que la ingeniería no está aislada de la sociedad mundial. Los desafíos globales de la sostenibilidad, la justicia y la resiliencia demandan un pensamiento mucho más integrado”.

“En lugar de proteger nerviosamente el comercio mundial con sus crecientes emisiones de gases de efecto invernadero, tenemos todos los motivos para reconsiderar lo que podría percibirse como el verdadero progreso humano y la calidad de vida”, concluye el profesor. “En lugar de políticas económicas que maximicen el crecimiento económico y el uso de recursos, la humanidad necesita desarrollar una economía que esté alineada con las limitaciones de nuestra frágil biosfera, y una ingeniería que tenga en cuenta las desigualdades globales”.

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