No es qué se dice es quién lo dice: de la era de la información a la de la reputación

  • Según la filósofa Gloria Origgi, estamos experimentando un cambio de paradigma fundamental en nuestra relación con el conocimiento 
¿Debemos fiarnos de todos los medios de comunicación? / Pixabay
¿Debemos fiarnos de todos los medios de comunicación? / Pixabay

Se ha hablado largo y tendido de la paradoja de la sobreinformación en las sociedades contemporáneas: cuanto mayor es la cantidad de información que circula, más dependemos de los los llamados “dispositivos de reputación” para evaluarla. En gran medida, la labor de los medios de comunicación no es ya informar, sino seleccionar la información de la que debemos fiarnos.

Como explica la filósofa italiana Gloria Origgi, autora del libro Reputation: What It Is and Why It Matters, en un artículo publicado en Aeon, el hecho de que haya aumentado enormemente el acceso a la información y al conocimiento que tenemos no nos permite ser más cognitivamente autónomos. En otras palabras, pese a que cada vez estamos mejor informados, somos a la vez menos capaces de seleccionar qué información debemos creer, lo que nos vuelve más dependientes de los juicios y evaluaciones de otras personas.

“Estamos experimentando un cambio de paradigma fundamental en nuestra relación con el conocimiento”, asegura Origgi. “De la “era de la información” estamos pasando a la “era de la reputación”, en la cual la información tendrá valor solo si ya ha sido filtrada, evaluada y comentada por otros. Visto bajo esta luz, la reputación se ha convertido en un pilar central de la inteligencia colectiva en la actualidad. Es el guardián del conocimiento, y las llaves de la puerta están en manos de otros. La forma en que se construye la autoridad del conocimiento nos hace depender de los juicios inevitablemente parciales de otras personas, la mayoría de los cuales no conocemos”.

Un ejemplo paradigmático de cómo funciona esta sociedad de la reputación, apunta la filósofa, es el cambio climático. La mayoría de nosotros no sabemos exactamente cómo se está calentando el planeta. En el mejor de los casos, nos creemos las fuentes de información que consideramos tienen suficiente reputación para informar sobre este asunto, esto es, los estudios con revisión por pares y, en última instancia, las instituciones científicas que se encargan de divulgar estos. Pero, en el peor de los casos, que es el más frecuente, nos fiamos de periódicos, revistas o canales de televisión que avalan una visión política que respalda la investigación científica y resume sus hallazgos. En este último caso, el público tiene un acceso de tercera mano a la fuente: confía en la confianza de otras personas en la ciencia. Esta cadena, claro está, puede alargarse más y más, y cuanto más se alarga más posible es que un eslabón falle a la verdad.

Donald Trump saluda antes de subir al helicóptero presidencial
¿Tiene Donald Trump la reputación para fiarnos de lo que dice? / EFE

Aprendiendo a evaluar la reputación

Lo cierto es que hoy por hoy no tenemos la oportunidad de corroborar de primera mano casi ninguna de las informaciones que nos llegan y dependemos por completo de la confianza que otorgamos a nuestras fuentes: no importa lo que se dice, importa quién lo dice. Y debemos ser conscientes de esto.

“El cambio de paradigma de la era de la información a la era de la reputación debe tenerse en cuenta cuando tratamos de defendernos de las fake news y otras técnicas de desinformación que proliferan en las sociedades contemporáneas”, explica Origgi. “Un ciudadano de la era digital no debe ser competente para detectar y confirmar la veracidad de las noticias. Más bien, debería ser competente para reconstruir el camino reputacional de la información en cuestión, evaluar las intenciones de quienes la hacen circular y examinar las agendas de aquellas autoridades que le dieron credibilidad”.

En opinión de la filósofa, a la hora de aceptar o rechazar una nueva información (algo que hacemos todo el rato de forma casi inconsciente) debemos hacernos cuatro preguntas principales:

1. ¿De dónde viene?

2. ¿Tiene la fuente una buena reputación?

3. ¿Qué autoridades creen en ella?

4. ¿Cuáles son mis razones para fiarme de estas autoridades?

“Estas preguntas nos ayudarán a tener un mejor control de la realidad que tratar de verificar directamente la confiabilidad de la información en cuestión”, explica Origgi. “En un sistema hiperespecializado de producción de conocimiento, no tiene sentido tratar de investigar por nuestra cuenta, por ejemplo, la posible correlación entre las vacunas y el autismo. Sería una pérdida de tiempo, y probablemente nuestras conclusiones no serían precisas. En la era de la reputación, nuestras evaluaciones críticas deberían dirigirse no al contenido de la información sino a la red social de relaciones que ha dado forma a ese contenido y le ha dado un cierto ‘rango’ merecido o inmerecido en nuestro sistema de conocimiento”.

En el caso concreto de las vacunas, por ejemplo, no hay una sola fuente fiable que siga defendiendo el supuesto vínculo con el autismo. Tampoco nadie con la reputación suficiente niega la existencia del cambio climático. Pero por nosotros solos no podríamos investigar ninguno de estos asuntos. 

Dada la sobreabundancia de información y la cada vez mayor complejidad de esta es imposible saber a ciencia cierta qué es real y qué no, pero sí podemos saber de quién podemos fiarnos y de quién no.

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