La historia, contada desde lo hispano

Del dólar a la independencia: el legado español en EEUU en ocho ejemplos clave

La herencia de la cultura y la historia nacional en la primera potencia mundial va mucho más allá del influjo de Latinoamérica. Sin el apoyo de Carlos III, Washington jamás habría logrado abandonar el Reino Unido. 

Un operario limpia una estatua de George Washington, quien siempre defendió el papel clave de España para la independencia.
Un operario limpia una estatua de George Washington, quien siempre defendió el papel clave de España para la independencia.
EP

En camisetas o pegatinas; en tiendas de souvenirs localizadas en las reservas o en el guardabarros trasero de la vieja furgoneta; con guerreros apaches o navajos acompañando una leyenda que reza: ‘Homeland Security. Fighting Terrorism since 1492’ (‘Seguridad nacional. Luchando contra el terrorismo desde 1492’). Desde hace tres lustros, los nativos americanos han popularizado este lema para reivindicar la lucha por la tierra de sus ancestros desde el mismo momento en que Cristóbal Colón salió de Palos de la Frontera rumbo a las Indias Orientales y terminó encontrándose con América.

Aunque sería en noviembre de 1493, durante su segundo viaje, cuando el navegante enviado por los Reyes Católicos pisó tierra que se pueda considerar a día de hoy estadounidense, como es Puerto Rico (conquistada a España en la guerra de 1898, sus ciudadanos se consideran americanos legalmente desde 1917). La tierra continental tendría que esperar dos decenios, hasta 1513 y la expedición liderada por Juan Ponce de León a lo que se llamó la Florida. Desde ahí, la historia en torno a la creación y desarrollo de la que es primera potencia mundial desde hace ya casi un siglo se ha contado (casi) exclusivamente con acento inglés. Sin embargo, las raíces españolas a lo largo de más de 500 años siguen vigentes todavía hoy y van mucho más allá de Cristóbal Colón o Fray Junípero Serra, el franciscano cuya estatua (junto a la de Cervantes) ha sido objeto de actos vandálicos en San Francisco. 

Y sí, cuando las autoridades de la ciudad californiana decidieron bajar de su pedestal a Colón desde la colina más elevada de la ciudad, en su hueco se subieron a celebrar la decisión varios indios lakota, que es una de las familias de los sioux que fueron exterminados de las Grandes Llanuras a finales del siglo XX. Los mismos cuyos últimos supervivientes, incluyendo Toro Sentado, tuvieron que huir a Canadá después de la campaña masiva que el Ejército Federal emprendiera contra ellos tras aquella batalla que fulminó al Séptimo de Caballería en Little Big Horn

Fue el canto del cisne de la resistencia bélica de los nativos, a los que ya habían reducido a la mínima expresión en todo el país en tres siglos de expulsiones y recolocaciones y que fue culminada por Ulysses S. Grant, ahora imagen de los billetes de 50 dólares. Hoy día, en el mismo terreno del sur de Montana donde murió el teniente coronel George Amstrong Custer junto a casi 300 hombres, se consideran los hechos como la mayor derrota de los ejércitos americanos en su propio suelo hasta Pearl Harbour. En la versión oficial de los hechos, y en contra de lo que claman las camisetas de los nativos, los terroristas parecen ser los que estaban en ese mismo suelo antes. 

Porque, como recuerda el profesor Felipe Fernández-Armesto (nacido en Londres aunque con doble nacionalidad británica y española), desde su cátedra de Historia en la Universidad de Notre-Dame en Indiana, "la historia siempre la escriben los vencedores" y Estados Unidos se erigió sobre un relato de origen anglosajón que fue escondiendo la herencia española. No se trata de defender "el legado español" en Estados Unidos, aclara. "Se trata de defender la verdad".

"Estamos en una emergencia histórica", va más allá Eva García, presidenta de la Asociación The Legacy, un think tank que lleva varios años resaltando la herencia española en Estados Unidos. Para ella, la animadversión no es antigua y desde los años noventa hay ejemplos de protestas contra Colón que en el último lustro han ido a más: desde 2014, diez universidades, ocho estados y 130 ciudades han cambiado el ‘Columbus Day’ por el Día de los Pueblos Indígenas. Hay que actuar y defender el legado, insiste en un artículo publicado durante estos días de nuevos incidentes.

Una historia, legado o herencia que contiene innumerables ejemplos pero que se pueden reducir en ocho grandes ejemplos. 

-El origen del dólar: Desde principios del siglo XVI, la expansión del Imperio español necesitó pagar sus campañas militares con monedas de plata, los llamados reales en cuyo reverso se apreciaba la divisa del emperador Carlos I: las dos columnas de Hércules con la leyenda 'Plus Ultra' (o 'Más allá') en una cinta roja que serpentea (y parece una ‘S’). Desde las minas de la República Checa en las que se extraía el mineral se les llamaba a estas monedas ‘thaler’, que degeneró a tálero en español y dólar en el mundo anglosajón, explica Iberdrola, una de las empresas españolas más activas en defensa del legado español en Estados Unidos desde hace años con una serie de acciones divulgativas (a la vez que protege sus intereses comerciales y de inversión al otro lado del Atlántico). 

Ya con los Borbones y a principios del siglo XVIII, se crearía el real de a ocho, que se convirtió en la moneda más poderosa del mundo, con usos desde Japón a Nueva York, donde se le llamó ‘spanish dollar’. Cuando a finales de esa centuria, Estados Unidos acuñó su propia moneda tras independizarse eligió la palabra dólar y en el símbolo tomó tanto la forma del ‘plus ultra’ para formar la ‘S’ como la doble columna de Hércules. 

-Papel clave en la independencia: Aunque Estados Unidos se había declarado independiente el 4 de julio de 1776, en la primavera tardía de 1779 las cosas no pintaban demasiado bien para George Washington y los suyos, apenas unos agricultores metidos a rebeldes. Entonces, llegó el mes de junio y Carlos III le declaró la guerra oficialmente a Gran Bretaña y mostró su apoyo explícito a las 13 colonias americanas. Francia también se sumó y lo que durante los años precedentes había sido un apoyo bajo cuerda y no del todo claro se convirtió en logística naval y militar. Lo suficiente para que Londres decidiera no llevar al otro lado del Atlántico sus habituales encontronazos con Madrid y París en Europa. 

También lo suficiente para decantar la victoria a favor de la revolución. Otro americano de origen español, Larrie D. Ferreiro, escribió un libro, ‘Hermanos de armas’, donde repasa detalladamente toda esta estrategia diplomática y militar y se ahonda en la idea de la necesaria ayuda hispana para conseguir el objetivo final. Incluso calcula que apoyaron la causa rebelde con 30.000 millones de dólares, miles de hombres y que el 90% de las armas usadas en el bando americano fueron proporcionadas por los aliados europeos. El ensayo fue finalista del prestigioso Premio Pulitzer en 2017. 

Por si fuera poco el apoyo general de dos imperios, dos hechos concretos protagonizados por militares españoles ejemplifican sobre el terreno de batalla la caída de la balanza a favor de Estados Unidos. En primer lugar, durante el verano de 1779, Bernardo de Gálvez, el gobernador de Luisiana en aquel momento (que era territorio de la monarquía española), emprendió una campaña por la costa del Golfo de México hacia el Este en la que fue conquistando Mobile, Pensacola y, finalmente, la Florida de manos británicas y, por lo tanto, cortó el posible suministro desde el sur.

Muchas millas más al norte, el capitán Fernando de Leyba (bajo mando del gobernador Gálvez) organizó junto a un puñado de americanos la defensa de San Luis, un pequeño enclave con apenas dos décadas de existencia a la orilla del Misisipi pero que suponía un punto estratégico clave para dominar el interior de todo el país. Lograron repeler a los británicos que quisieron entrar por la puerta de atrás y atacar desde allí al este una vez dominado los dos ríos más importantes: el propio Misisipi y el Misuri

-Legado en la US Navy: David Farragut nació en 1801 en Tennessee y se convirtió en el primer almirante de la historia de la Armada americana. Pero su padre, Jorge, lo había hecho en Menorca y su vida le llegó a luchar en la precaria flota que los revolucionarios de las colonias lograron poner en liza contra el Imperio británico en la Guerra de la Independencia antes de que desplegaran velas los navíos de guerra franceses y españoles desde 1779. Tras la guerra, ya se quedó a vivir en el país por el que luchó y su hijo haría historia.

-Ciudad más antigua: Olviden Plymouth, en Massachusetts, allí donde desembarcaron los míticos peregrinos en 1620 desde el ‘Mayflower’. También Jamestown, un pueblo que ya no existe (queda un reducto turístico que recrea lo que pudo haber) donde en 1607 el capitán Smith y unos cuantos más instalaron un asentamiento (con leyenda falsa en torno a Pocahontas incluida). La ciudad más antigua de Estados Unidos (y habitada ininterrumpidamente en todo este tiempo) es San Agustín, en Florida. Fundada en 1565 por Pedro Menéndez de Avilés fue la confirmación de la presencia española en la zona que había arrancado en 1513 cuando Juan Ponce de León pisó y bautizó tierra firme americana. Y la segunda también es de origen español: Santa Fe, en Nuevo México, cuyo origen no está muy claro pero ronda finales del siglo XVI, pese a que se da 1610 como fecha de fundación.

-El peso del nombre: Según un reciente estudio de The Hispanic Council, otro think tank que trabaja en defensa del legado español en suelo americano, un total de 13 estados tienen un origen español en su denominación (de California a Nevada, llegando a la muy norteña Montana, que ostenta un lema en castellano: "oro y plata"). Además, el 5% de los condados (subdivisiones dentro del Estado) del país tienen origen español en su nombre oficial, con casos como el de California donde supera el 60%. También en el estado dorado más del 10% de sus ciudades presentan nombres hispanos, una cantidad que se supera igualmente en Nevada, Nuevo México, Arizona y Colorado. 

-Tabaco español: En sus primeros pasos en Estados Unidos les costaba a los peregrinos procedentes de Inglaterra o los Países Bajos hacerse con las nuevas condiciones geográficas. No solo se enfrentaban a la amenaza constante de los nativos (que defendían sus tierras de siempre), sino que no sabían qué cultivo podía ser rentable en aquel país desconocido e inabarcable. Así que ¿por qué no hacer lo que los españoles llevaban haciendo ya tiempo un poco más al sur, en Florida o en el Caribe?. Cuenta el profesor Fernández-Armesto en su libro ‘Nuestra América’, que John Rolfe (que fue quien se casó con Pocahontas en la vida real y quien mandaba en la expedición por encima de Smith) logró hacerse con varias semillas de tabaco español y en 1611 plantó en Virginia su primera cosecha. Pocas décadas después, el Estado era una potencia mundial en este producto y desde Nueva York se especulaba con su precio y se invertía en más tierras y cosechas. 

-A caballo: Desde el evento de extinción del cuaternario no había caballos en América del Norte. Para que volviera a pisar uno de estos animales el Nuevo Mundo tuvo que cazar a lazo Cristóbal Colón (o sus hombres, seguramente) a unos pocos en las marismas del Guadalquivir y meterlos en las bodegas de su segundo viaje. Aun así, sería Hernán Cortés en 1519 el que llevaría suficientes caballos al continente como para que se expandieran desde México. En cualquier caso, todo caballo que montasen los nativos (o el Séptimo de Caballería o los vaqueros de las películas) desde entonces tiene en sus genes al equino andaluz o árabe. Y el famoso 'mustang' (aunque es más conocido el coche de mismo nombre de Ford), que es el caballo salvaje local por antonomasia, es hijo de aquellos animales gaditanos. 

-Los descubridores: Los niños de Estados Unidos tienen como figuras de exploradores a Lewis y Clark. Su viaje a lo largo de todo el norte del país hasta el Pacífico se considera como un hito fundacional de los descubrimientos. Bien: eso sucedió a principios del siglo XIX. Tres siglos antes, un buen número de españoles habían cumplimentado hazañas similares o más grandes. Desde Ponce de León, descubridor de la América continental a Álvar Núñez de Vaca, quien naufragó en los pantanos de Florida y se puso a andar hacia el oeste hasta llegar a Culiacán (en la orilla del Pacífico) pasando por toda esa zona que ahora quiere vallarse entre México y Estados Unidos (son miles de kilómetros, en efecto). 

Luego están Hernando de Soto (a la sazón, otro nombre ilustre del mundo automovilístico americano), que se marcó otros 6.000 kilómetros por medio país inexplorado y del que dicen que fue el primer europeo en avistar el río Mississippi. O García López de Cárdenas, que hizo lo propio con el Gran Cañón del Colorado en la expedición de Francisco Vázquez de Coronado, a quien enviaron desde México a la búsqueda de las siete ciudades de oro de Cíbola. Todos ellos en el siglo XVI. Andando los años, la lista se hace interminable y nos lleva incluso a Alaska, pasando por esa costa de California que regó de misiones Fray Junípero Serra y en la que en cierta ciudad llamada Cupertino (capital mundial de la nueva economía) todavía se enorgullecen de mostrar en sus enseñas oficiales un morrión español. El casco de los conquistadores.  

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