En la víspera del estado de alarma

Una médico y una cajera: así afrontan el 'cerrojazo' en primera línea de trinchera

Una enfernera muestra un cartel con medidas básicas de protección frente al coronavirus
Una enfernera muestra un cartel con medidas básicas de protección frente al coronavirus
Efe

"Estamos agotadas". Tras la bata de médico o el delantal del supermercado, en la primera línea de trinchera contra el coronavirus mañana no será otro día cualquiera que sumar a la semana más dura que recuerdan. Mañana estarán prácticamente solas a pie de calle (junto a farmacéuticas, fuerzas de seguridad…) A poco más de 24 horas de que el Consejo de Ministros explique los detalles y medidas que acompañarán a la declaración del estado de alarma nacional, ambas profesiones coinciden en que los ciudadanos están perdidos, desorientados, apresurados. Asustados.

Da igual si eres médica y llevas más de tres décadas ejerciendo la atención sanitaria en distintos centros de salud de las afueras de Madrid. O si no llegas a los 30 pero has pasado por todos los puestos de un gran supermercado en el centro de una capital andaluza. El coronavirus une dos deberes aparentemente tan dispares como nadie podía imaginar. Así lo ha requerido la emergencia. Ambas deben mostrar tranquilidad y profesionalidad. Es lo que les han ordenado sus jefes durante todos estos días. En especial, desde el martes, que explosionó la preocupación nacional con el cierre de colegios en Madrid.

No siempre llegan las recomendaciones con demasiada concreción. "Cada día nos envían 30 páginas de instrucciones que son distintas a las del día anterior. Si pretenden que las aprendamos cada mañana es que no saben lo que tenemos aquí", cuentan desde un centro de salud donde trabajan casi medio centenar de profesionales, entre médicos, enfermeros y administrativos. Atienden a una población cercana a las 50.000 personas. "Y hasta donde nos llega, solo las podemos mandar a casa, hacer un seguimiento y recordarles las medidas que tienen que adoptar si empeoran", apuntan. Porque allí no se practican las pruebas del Covid-19. Solo se diagnostica con lo que se tiene a mano, que, en su caso, es su experiencia.

"Nunca he visto antes algo así", confiesa por su parte la trabajadora del supermercado colapsado. A la espera de que el cierre del viernes supere cualquier expectativa, el jueves se acabó con la mejor venta diaria que se recuerda, muy por encima del mejor día de Navidad. A las once de la mañana no había carne, pero a las diez ya había problemas para otros muchos productos. "Le dices a la gente que vamos a traer más, pero se lo estás diciendo cuando llevas una hora abierto y eso complica que te crean. El problema es que cuando no te creen se ponen nerviosos", añade.

Los nervios. Eso sí lo tienen encima todos los que abren la puerta del centro de salud. Uno a uno, a cada paciente que llega se le debe explicar que eso es lo primero que no debería hacer: plantarse en el centro de salud. No por nada se ha lanzado la campaña para animar a todos los ciudadanos a que se queden en sus casas. “Pero también es normal porque los teléfonos están colapsados y la gente quiere buscar alguna respuesta”, comprenden unos facultativos sin vacaciones ni libranzas a la vista. "Tampoco las pretendemos. Para esto hemos estudiado”, puntualizan mientras esperan que se ponga en marcha este fin de semana un teléfono especial de seguimiento de casos en los domicilios. "No vayan a los hospitales, por favor", no se cansan de repetir.

Como no se cansan de insistir en las cajas que no hay problemas de desabastecimiento. Que hay productos de sobra y que no se agotan. Sin embargo, el reparto tiene un límite y todos los supermercados piden el doble o el triple de su cuota habitual de todo lo que se agota antes: la pasta, el arroz, las conservas, los productos frescos, la leche, el ya casi legendario papel higiénico. Por lo tanto, no todos pueden llevarse lo que esperan conseguir. Con lo que eso significa de frustración en el cliente. De incomprensión. De enfado, incluso. "Dicen que tenemos que estar tranquilos, pero no aumentan la seguridad privada ni lo tienen previsto. Seguimos con un guardia en cada turno y la gente se enfada cada vez más".

"Hay gente cabal pero también hay gente muy difícil". Pese a que lo suyo es la medicina, también hay que ser muchas más cosas. Si se es médico de familia, desde siempre. Porque su profesionalidad y cercanía es el primer bálsamo que se busca en un médico cuando uno se cree enfermo. Por motivos organizativos internos, pero también por evitar que se propague la enfermedad a todo el centro, los profesionales de este recinto madrileño han habilitado una mesa nada más entrar al centro de salud. Allí, una enfermera y un administrativo realizan una primera criba al paciente para detectar los síntomas… los famosos y resbaladizos síntomas del coronavirus.

Esas señales que los trabajadores de un supermercado buscan en cada cliente al que atienden. "Tenemos miedo pero tenemos también tanto trabajo que muchas veces no pensamos en nuestra propia seguridad hasta llegar a casa", admiten con la voz agotada tras terminar la jornada. Ahora llevan guantes todos los trabajadores, pero no ha sido así en la escalada de tensión y ventas de toda la semana. "Mañana no sé qué nos podemos encontrar porque cada día va a más", auguran.

¿Y cuáles eran los síntomas? Empiezan, porque nunca está de más repetirlos con la fiebre. Eso sí, para un médico la fiebre no son unas pocas décimas; para un profesional, el término fiebre (frente a la menor febrícula) lo marcan quien sobrepasa los 38 grados. Por debajo de eso, ni se te considera sospechoso del Covid-19. Además, también hay que padecer de tos y, en especial, de algún tipo de disnea, es decir, ahogo y dificultades para respirar. Si aparece esto último se deriva a una sala directamente para que lo examine un doctor que va equipado como se ve en cualquier película apocalíptica. No pueden caer. Da igual si han estado en contacto con alguien que sufre la enfermedad. Hasta no tener síntomas no se pueden permitir el lujo de perder ningún efectivo por una mera sospecha.

"Esto se está complicando cada día que pasa". Lo dicen desde un supermercado antes de que se cierre todo excepto comercios como en el que ella trabaja. "No sé qué va a pasar", se confiesa justo para desviar la atención del miedo a su preocupación profesional más inmediata: "Al menos mañana me van a traer más producto".

"Tenemos confianza en que el seguimiento telefónico dé resultado porque necesitamos dar ese respiro a los hospitales". A partir del lunes, además, se limitarán al máximo posible las consultas tradicionales, con lo que se aumentará la relación directa de cada profesional con posibles pacientes infectados. Ya se habían reducido bastante… aunque tampoco se pueden eliminar del todo. "La gente se enfadará y no lo entenderá, pero es lo que hay que hacer en estos momentos". El lunes se ve tan lejos ahora.

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