La crisis del 'ascensor social'

Selectividad y meritocracia: ¿Es cierto que todos pueden alcanzar sus metas?

Pensamos que el vástago de una familia humilde pueden estudiar las carreras con la nota de corte más alta porque el Estado del bienestar crea un ascensor social. Pero dicho ascensor social está bajando.

Jornada 'Agenda Urbana: Cohesión, Racionalidad y Sostenibilidad' La ministra de Hacienda y cabeza de lista del PSOE al Congreso por Sevilla, María Jesús Montero, participan en la jornada 'Agenda Urbana: Cohesión, Racionalidad y Sostenibilidad'. En el Hotel NH Collection de Sevilla. (Foto de ARCHIVO) 02/04/2019
Selectividad y meritocracia: ¿Es cierto que todos pueden alcanzar sus metas?
EFE

Dentro de pocas semanas más de 200.000 estudiantes realizarán las pruebas para entrar a alguna de las 50 universidades públicas de España. Puesto que muchos estudiantes solicitan plaza en determinadas carreras, se establecen notas de corte por centro y especialidad: los que tengan mejores notas entran. Los que no lleguen, pueden elegir otra universidad, y a lo mejor hasta otra carrera. El año pasado, la carrera con la nota de corte más alta fue el doble grado de Matemáticas y Física que se imparte en la Universidad Complutense de Madrid. Conseguir una plaza ahí es como competir en la final olímpica de los cien metros lisos. Sólo llegan los Usain Bolt de España.

¿A quién no le gustaría vivir en una sociedad en la que cada uno pudiera alcanzar el puesto que merece? En España pensamos que los vástagos de una familia muy humilde pueden estudiar ese doble grado de Matemáticas y Física porque el Estado del bienestar crea un ascensor social. Un niño con talento pero sin dinero tendrá una guardería pública, un colegio público y becas públicas, de modo que a sus padres no les costará casi nada ver cómo su hijo progresa y triunfa.

Esa es la teoría de la meritocracia: el esfuerzo y el talento están por encima de la riqueza y la clase social. La realidad dice otra cosa.

Cuando se extendió la pandemia de coronavirus y los gobiernos decretaron estrictos confinamientos, las cartas se pusieron boca arriba. Aquellas familias con trabajos de oficina mudaron sus puestos a sus casas y mantuvieron más o menos sus ingresos. Las familias con menos suerte se conformaron con las ayudas del estado y algunas sin eso.

Pongámoslo un poco peor. No es lo mismo soportar el confinamiento en un piso de más de cien metros cuadrados con habitaciones para cada hijo, que en un piso de 40 metros cuadrados.

Vamos a ponerlo algo peor. Hay familias en la que todos los miembros tienen un ordenador. Hay otras que tienen que compartirlo. Pero hay muchas que no tienen ni un solo ordenador.

¿Puede ser peor? Supongamos que la pandemia ha empujado a los más humildes hacer colas en los bancos de alimentos, por lo cual esos niños no ingieren las mismas calorías que otros niños. Y para rematar, imaginemos que debido a todas esas carencias, sus padres pierden en empleo, se pelean y no crean un entorno de estabilidad emocional y de cariño.

Hay algo más: la tasa de abandono escolar es mayor entre las clases desfavorecidas que en las clases medias y altas. Un informe de Unicef indicaba que la mitad del abandono escolar en España se explica por la clase social.

La imagen final sería así: un niño con talento que viviera con sus hermanos en un piso de 40 metros cuadrados con sus padres en bronca continua, que no tiene ordenador ni buena alimentación, y cuyos progenitores poseen una formación básica, no tiene las mismas posibilidades que un niño pudiente con portátil, que estudia en un colegio bilingüe, cena con sus padres y escucha conversaciones sobre el futuro de “blockchain”, pasa sus veranos en un campo educativo en Irlanda, tiene tres comidas al día (sin contar las chuches), goza de buena salud y vive en un entorno familiar lleno de cariño y estabilidad emocional.

¿Y esto va a mejor o a peor? En los últimos años, las diferencias entre los más pudientes se han ampliado respecto a los que menos tienen. El índice Gini, que mide la desigualdad social y económica, indica que en Occidente las diferencias se acentúan.La desigualdad en rentas está tendiendo a aumentar en estos tiempos donde las políticas económicas se muestran incapaces de marcar un rumbo sostenido y sostenible para el mundo que salió de la Crisis Financiera Global y la Gran Recesión”, dice el estudio "Historia de la Banca Privada en España", de Nuria Puig y José Luis García Ruiz, editado por A&G.

España no es diferente. “El fenómeno que se observa en España es similar al de otros países del mundo”, dice el estudio. “Los ingresos del 1% más rico crecieron un 24%, mientras que los ingresos del 90% más pobre apenas lo hicieron un 2%”. Es decir, el niño pudiente con talento medio no solo va a tener un ordenador, sino seguramente un coche a los 18 años, una academia de refuerzo por si se atasca en los estudios, y si en el peor de los casos no logra la nota de corte, sus padres le pagarán una de las universidades privadas de España.

Hay otro factor que le ayudará: es el índice de enchufes de sus padres. Todas, absolutamente, todas las familias tratan de usar sus amistades e influencias para ayudar a sus hijos a obtener un puesto de trabajo. Si los padres son limpiadores de un hotel y sus hijos han abandonado los estudios, tratarán que consigan un empleo parecido en un hotel. Si sus padres son pudientes, y los hijos han terminado Administración de Empresas, intentarán colocarlos en las empresas de sus amigos. Es algo que hacemos todos. Se podía llamar índice FC y mediría la facilidad de colocación. ¿Cómo lo construiría un matemático? Según el matemático Ángel Martínez, primero se deberían definir cuatro variables: a) Talento innato, b) Formación académica, c) Idiomas, d) Enchufe. Luego, al ponderar el peso de cada variable habría que dar al enchufe la mayor ponderación. De este modo, un chico con poco talento pero buena formación, dominio del inglés y sobre todo, con buenos enchufes, sacaría muchos más puntos, que uno con gran talento, formación media, inglés medio, y pocos enchufes. ¿Dónde está la meritocracia?

El término meritocracia viene del sociólogo inglés Michael Young al que le ocurrió escribir en 1958 una original novela llamada “The rise of meritocracy” (El ascenso de la meritocracia). Fusionó una palabra latina (mereo) con una griega (cracia). Era casi una novela de ciencia ficción. Sucedía en el año 2034. Gran Bretaña había logrado establecer un sistema basado en los méritos. Esos méritos se medían por el IQ (el coeficiente intelectual) y el esfuerzo, de modo que el mérito (M) es igual a inteligencia más esfuerzo: M=IQ+E.

Los expertos proponen redistribuir mejor los impuestos, crear rentas mínimas, dar becas, facilitar el acceso a la vivienda

En ese futuro, las parejas de la elite se aparean por su IQ. Tienen hijos inteligentes que se situarán en los puestos más elevados y gobernarán las sociedad indefinidamente. Como las diferencias se acentúan (como está pasando ahora con el índice Gini y la desigualdad salarial) habría una desigualdad radical que daría lugar a una clase baja de personas sin privilegios y sin esperanza.

La palabra meritocracia era peyorativa cuando Young la describió pero al final, en contra de su deseo, pasó a ser el sinónimo de un sistema donde todo el mundo puede alcanzar los estratos más altos de la sociedad si lo busca con tesón gracias al ascensor social.

Un dato preocupante en España es que el ascensor social no está subiendo sino bajando. Desde los años cincuenta hasta mediados de los 90, el ascensor dio oportunidades a los españoles. El ascensor social permitió a Alfonso Escámez empezar de botones y terminar siendo el presidente del Banco Central. Francisco Luzón nació en un pueblo muy pobre de Castilla y tuvo una infancia dura en el País Vasco, pero llegó a presidente de Argentaria. Amancio Ortega no pasó por ninguna escuela de negocios, pero ha creado la mayor empresa textil del mundo. Emiliano Revilla comenzó vendiendo chorizos en su pueblo de Soria (Ólvega) y ahora es un destacado promotor inmobiliario. Isidre Fainé, presidente de Criteria y de la Fundación Bancaria La Caixa, proviene de una familia de agricultores de Manresa.

Pero desde mediados de los 90 se fue paralizando y ahora está cayendo. Los hijos ya no estaban mejor que sus padres. “Un 45% de quienes han nacido en hogares con estudios básicos se queda en ese mismo nivel, y solo el 32% de los niños y niñas de familias con estudios básicos logra alcanzar estudios superiores”, dice el informe.

Un dato preocupante en España es que el ascensor social está bajando

En las próximas décadas, los jóvenes españoles que terminen la selectividad y hagan sus carreras, se enfrentarán a desafíos diferentes a los que se enfrentaron esa generación de emprendedores: la extensión de la Inteligencia Artificial, el Big Data, la digitalización y la robotización van a marcar el paso de la industria. Estas tecnologías no están penetrando como lo hizo el tractor, que tardó 60 años en desplazar a los caballos. Lo harán en pocos años, es decir, en un periodo tan corto, que no dará tiempo a los jóvenes a cambiar de profesión para adaptarse.

Muchas de estas preocupaciones se recogen en el Plan 2050 que acaba de presentar el Gobierno. El capítulo VIII está dedicado a “Reducir la pobreza y la desigualdad y reactivar el ascensor social”, y menciona desde el coeficiente Gini hasta el riesgo de pobreza: “En 2019, el 21% de los habitantes de nuestro país vivió con menos de 740 euros al mes y más del 5% padeció carencias materiales severas, no pudiendo permitirse tener un ordenador personal o mantener su vivienda a una temperatura adecuada”, dice el informe. No solo la desigualdad se está convirtiendo en un problema crónico sino que está afectando sobre todo a los jóvenes.

¿Qué proponen los científicos que han elaborado el informe? Pensando en los que menos tienen, proponen redistribuir mejor los impuestos, crear rentas mínimas, dar becas, facilitar el acceso a la vivienda, repartir las ganancias de productividad de las empresas, y “la educación y la recualificación de nuestra fuerza trabajadora” para reactivar el ascensor social “y brinden más y mejores oportunidades económicas y laborales al conjunto de nuestra población”.

Se trata en el fondo de pasar parte de las rentas de los que más ganan a los que menos ganan para construir una sociedad con más oportunidades. Es muy difícil prever lo que va a pasar, sobre todo porque hay novedades que aún no conocemos, sucesos cataclísmicos que nos esperan y cisnes negros con los que nadie había contado. Pero por muchos esfuerzos que hagan los gobiernos para reducir las desigualdades pasando cosas de los ricos a los pobres, hay algo que no podrán transmitir de una clase a otra: el poder de los 'enchufes'.

Mostrar comentarios