"Nos siguen llegando cadáveres"

Un país en duelo: "Miro la tele de reojo y pienso cuál de los 30.000 será mi padre"

El último balance de Sanidad ha caído como un jarro de agua fría sobre aquellos que han visto la cara más oscura de un virus que les ha robado demasiado.

Tanatorio de Collserola
Un país en duelo: "Miro la tele de reojo y pienso cuál de los 30.000 será mi padre"
EFE

"Ya no sigo los datos... miro las cifras de reojo y solo pienso en quién de los 30.0000 será mi padre". Como a tantos otros, la Covid le robó a Juan Antonio los abrazos, la calma y el verano. También se llevó a su padre. Ocurrió en abril. No hubo despedidas. Junio fue para él -y para todos-, un soplo de aire que duró menos de lo que se tarda en superar el duelo. Con el regreso de los rebrotes, cada telediario vuelve a caer a plomo, sobre un país que este martes dejó atrás los 30.000 decesos, seis meses después del comienzo de la pandemia. "Lo de la 'nueva normalidad' en nuestra familia eriza la piel". Cada subida en la curva es un revés. "No esperamos volver a las calles como si nada... solo que esto no nos sacuda otra vez".  

España logró doblegar la curva, pero el verano ha dejado huella en las estadísticas. Ahora se realizan más PCR, ahora los hospitales no están saturados, ahora estamos más preparados... "Los números ya no significan lo de entonces", insisten al unísono autoridades de toda España. Desde que la curva cambió de dirección, los mensajes de calma desde la tribuna se han multiplicado. A pie de camilla, las cosas no están tan claras. Yolanda es anestesista en el Hospital de Getafe. Como muchos sanitarios, también se olvidó de especialidades y se arremangó cuando la oleada Covid colonizó su hospital. "Nos dedicábamos a intubar como locos y todos los días perdíamos a alguien. Los mismos pasos funcionaban con un paciente y fallaban con otro muy  parecido... no podíamos entender por qué". Confiesa que aún lo desconocen.  

"Esto no es una broma, los muertos siguen llegando al cementerio"

Hace apenas un mes que Javier y su cuadrilla enterraron los últimos cadáveres de la morgue de Valdedebas, aquellos que Cáritas recogió y nadie llegó a reclamar. "Esto no es una broma, los muertos siguen llegando". Marzo, abril, mayo... la primavera fue una carrera en un solo sentido para los trabajadores del cementerio de la Almudena: levantarse, enterrar, cenar, dormir. "Hasta junio no bajó el flujo de féretros", asegura este oficial de cementerios de 26 años. "Pasamos de una media de ocho inhumaciones por turno... a realizar catorce, quince o dieciséis". El joven lleva cinco años en el oficio que heredó de su padre y éste, de su abuelo. "Solo se recuerda este ritmo de trabajo en los atentados del 11 de marzo... pero entonces todo acabó en una semana"

"Cuando empezaron a llegar noticias de lo que estaba pasando en China nos pusimos en lo peor". Y lo peor llegó. "Reforzaron la plantilla y empezamos a hacer dos horas extra cada día", recuerda Javier. Nada parecía suficiente para cortar la bomba expansiva que el virus dejaba a su paso. "Al final de cada jornada los muertos se acumulaban en las cámaras". Y así pasó un mes, después otro y otro... Como eslabones de plomo en una cadena, cada nuevo entierro comenzó a pesar sobre las cuadrillas como nunca antes. "Estamos familiarizados con la muerte... pero no de esta manera"

Apenas tres familiares formaban la exigua procesión que seguía a cada coche fúnebre. "Nosotros mismos recordábamos a los asistentes que debían estar separados por un metro y medio". Los abrazos no cabían en el camposanto. "Ver a las familias en la distancia, mirándonos trabajar como quién observa una grabación... ha sido muy duro". Si junio fue un respiro, julio y agosto han vuelto a traer los peores recuerdos. "En octubre siempre hay más trabajo, la gente se sigue muriendo de otras causas que nada tienen que ver con la Covid". La cuadrilla mira con preocupación las cifras. En estos meses, se han encontrado con demasiadas caras conocidas al otro lado de la valla. "No puedo evitar pensar que, en algún momento, uno de los ataúdes de entre todos los 30.000 será el de un abuelo o un vecino".  

"Solo puedo pensar en lo cerca que estuvimos de conseguirlo"

Fueron meses de carreras por los pasillos, sorteando a pacientes en el suelo, esquivando a la muerte. "En la UCI del hospital vuelve a quedar una sola cama libre. La gente no está en lista de espera por un puesto en intensivos: o lo encuentran o se mueren". Yolanda hace balance de las últimas semanas, cuando los brotes llegaban por goteo y la 'segunda ola', esa realidad incómoda que nadie se atrevía a reconocer. La anestesista reconoce que el equipo está agotado. "Sabemos lo mismo que entonces, en cuanto a tratar a los contagiados, pero ahora estamos más cansados".

"Las camas no son las camas, son las manos que las atienden". La sanitaria responde a la llamada de La Información después de un día sin pisar el hospital. Como en primavera, la sensación de que 24 horas pueden cambiarlo todo domina la escena. "En cuanto salgo de ahí procuro no enterarme". La curva vuelve a doler. Ángela, cirujana General en otro hospital madrileño, lamenta: "Cuando echo la vista atrás solo puedo pensar en lo cerca que estuvimos de conseguirlo". 

La barrera de los 30.000 decesos ha quedado atrás y el último salto ha caído como un jarro de agua fría sobre un país que ha perdido demasiado... aunque no ha sorprendido entre pijamas blancos. "¿30.000 fallecidos? ¿Y qué pasa con los olvidados de la pandemia?", apunta Yolanda. La anestesista sabe que la muerte lleva meses teniendo una cara oculta. "El Covid ocupa mucho espacio y el resto de pacientes ingresan en situaciones límites. Cuando se demorado el ingreso de un enfermo de este tipo... ya nos los hemos dejado fuera".

"Oíamos el carrusel de ambulancias llenas de ataúdes... sabiendo que en cada uno había una vida"

En el último eslabón de la cadena sanitaria, Jordi Fernández borra los signos de la muerte de los rostros de los cadáveres. Es tanatopractor de Serveis Funeraris de Barcelona (Mémora), pero hace meses que no puede distinguir facción alguna. "Trato de acomodar cuerpos envueltos en sudarios que no puedo abrir, con el mayor respeto y todo el cariño posible". En primavera, las imágenes del párking del tantorio donde trabaja, el Collserola de la Ciudad Condal, dieron la vuelta al país. "Cada día chocábamos con la realidad en forma de mil metros cuadrados donde no se veía el suelo... todo estaba lleno de féretros". 

Jordi lamenta cómo han evolucionado las cifras. "No entiendo cómo se puede banalizar lo ocurrido... parece que si uno no tiene un muerto encima de la mesa no puede empatizar". El catalán cree que las secuelas de una segunda ola vendrán después. "Llevamos semanas tirando para adelante, oyendo llegar un carrusel de ambulancias llenas de ataúdes y sabiendo que dentro de todos ellos había una persona, una vida que ya era tal". Durante el pico pasó semanas sin festivos. "Libraba un día a la semana, me levantaba y me sentía fuera de lugar, así que me calzaba e iba a ayudar a mis compañeros". 

Ver las cajas e imaginar personas se convirtió en rutina. "Llegamos a tener más de 700 difuntos en custodia... por el parking pasaron 3.000 en poco menos de dos meses". La plantilla no daba abasto. Como tantos otros, Jordi lo describe como una guerra y teme al otoño. "Vamos a tener un serio problema cuando la Covid se junte con la gripe... ¿Cómo vamos a estar seguros de por qué murió el difunto? ¿Quién va a explicar a los familiares que no pueden velar con normalidad a sus muertos?". La pandemia no da tregua. Si junio llegó para llenarnos de laureles, julio y agosto han vuelto a pulsar el botón rojo.

"Dejaban a un ser querido en el hospital y les devolvían una urna con las cenizas"

"Es hora de poner sobre la mesa cómo vamos a abordar el final de vida en tiempos del Covid". Miguel Ángel Cuervo es paliativista en Badajoz y carga sobre sus hombros con demasiados 'adiós' sin despedida. "Llegamos a enfrentarnos al dilema de ceder a familiares nuestros propios EPIs para que pudieran estar cerca del enfermo en sus últimos momentos". Entonces las mascarillas se contaban con los dedos de una mano y los trajes eran cosa de ciencia ficción. "Los profesionales aguantamos una sobrearga emocional que te satura como equipo... en las familias se traduce en un aumento de derivaciones a psicólogos para llevar el duelo". 

El padre de Juan Antonio falleció en abril. Su madre había ingresado por Covid el día anterior y sus hijos tuvieron que darle la noticia por teléfono. Hasta agosto no hubo un responso. "Llevamos el duelo como podemos... pero mi familia va a tardar mucho en volver a ser la que era", comparte. De todo lo que se ha llevado la Covid, los abrazos que no dimos es de lo poco que ya no podremos recuperar. "Muchos dejaron a un ser querido en el hospital y les devolvieron un tarro con cenizas semanas después", recuerda Jordi. Los 30.000 muertos han quedado atrás y España afronta un otoño incierto. La moraleja del paliativista sirve de punto y final: "Pase lo que pase, la gente no puede seguir muriendo sola".

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